MI PADRE

Cuando nuestras largas tardes de juegos llegaban a su fin, y la cena estaba ya en el fuego, entonces escuchábamos como se cerraba la puerta del ascensor, y el tintineo de las llaves en sus manos, y corríamos a su encuentro alborotados. Aquel abrazo con corbata nos levantaba un palmo del suelo cada noche, dejándonos en el alma ese sabor tan dulce a momentos compartidos, a seguridad y a familia.

Aspiro fuerte ahora con los ojos cerrados, y sin el menor esfuerzo me recuesto en su hombro otra vez. Huele a limpio. Me sostiene fuerte, y de cuando en cuando me acaricia el pelo. A ratos camina, y otros ratos me sostiene mientras habla con sus amigos, y ríe. Siento como se mueve mientras su risa me llena el corazón y la infancia de ese entusiasmo tan suyo…

Y pestañeo y -ahora unos años después- le veo reírse y jalearnos mientras el velero se escora sin remedio. Sus ojos hacen juego con el mar, y tiene una alegría tan contagiosa que no te queda más remedio que seguirle e izar velas, y luego zambullirte en alta mar dejando los miedos a un lado. Porque nadie como él era capaz de convertir una tarde cualquiera en una fiesta de pan y mantequilla, o  de un Neskuik con dos galletas; nadie como el alejaba las nubes de nuestro cielo con su espada de príncipe fuerte, porque “la tristeza está aquí” decía mientras señalaba nuestras cabecitas.  

Mi padre me ha enseñado que en familia es como mejor se está, y no importa los años que pasen, porque cada vez que escuche un silbido parecido al suyo, me volveré, y esperaré verlo a la vuelta de la esquina, caminando sonriente y guapo, a nuestro encuentro.



Alguien llama a la puerta, es mi hija Inés; se acerca a mi mesa, y me pregunta bajito.

_¿Qué haces mama?
_Escribo algo para el abuelo.
_Echo de menos a “mi agüelo” mama.

La cojo en brazos, y le miro a los ojos, los suyos también hacen juego con el mar…

_Yo también le echo de menos.




SE ME PERDIO LA MUSA

Alarmada, revuelvo todos mis escondrijos y solo encuentro polvo entre tanta cosa que pensaba que guardaba. No aparece.
Sentada,  sujeto mis rodillas con las manos mientras me balanceo con la cabeza hundida entre los brazos. Debería estar aquí, no sé cómo he podido perderla, precisamente hoy que la necesito más que nunca, y me esfuerzo por pensar en algo que pueda animarla a regresar a mi costado y a mi pluma perezosa.
Hacía ya un tiempo que estaba cansada de mis escenarios y de mis historias y hace sólo un par de días que amenazó con dejarme, si no le devolvía al menos un poco de lo que me daba ella cada semana. Me pregunto si habrá vuelto al sitio donde la encontré, donde nos empezamos a querer con locura; si habrá preferido parar un tiempo, coger aire, y tomar prestadas algunas ideas. Siempre estuvo enamorada del olor del papel, de los títulos originales, y de ciertos autores Chilenos.
Sonrío, esperanzada, y cuando abro el libro que tenía abandonado en mi  mesilla de noche,  la encuentro dormida, acunada por otros textos, y relajada por fin;  en sus manos, una nota.
_Querida,  necesito  volver  a  las  noches de leer hasta las tantas, y de brindar con letras diversas. Ansío trasnochar  mientras me emborracho del olor de los libros. Quiero volver a escuchar el leve sonido de las hojas al pasar y a emocionarme con otras historias. Espero que me entiendas. Fdo: tu inspiración.
Mientras sostengo el libro, aspiro el aroma de las hojas nuevas, y te respondo bajito.
_Te entiendo...y ¿sabes qué?, es exactamente lo mismo que necesito yo.


YA ESTÁ AQUI...

...esa culebra que se desliza desde el centro mismo de mis tripas hasta mi garganta, bebiéndose mi aliento. A oscuras, trato en vano de sacarme del estomago el nudo que ya me empieza a trastornar.

Esta noche ruge un viento afilado, y todos sus lamentos juegan a esconderse en el balcón; Hemos cenado ya, tu madre se ha ido a dormir, y nosotros nos hemos separado para poder atender a las niñas. Tu dormirás al otro lado del pasillo, con una, y yo me quedaré en tu habitación de soltero, con la pequeña.

Hace apenas media hora que he apagado la luz, y justo en el instante en el que parece que el viento ha cesado un poco, ese golpeteo me precipita de nuevo hacia el desasosiego.

Pum, pum, pum…

Me incorporo levemente, y busco entre las sombras el interruptor de la lamparita de noche, clic…

Pum, pum, pum…

Ahí está otra vez, es un golpeteo rítmico, juraría que se trata de una de esas pelotitas pequeñas que botan mucho. Viene del piso de arriba.

Cierro los ojos, tengo las manos heladas, encima no vive nadie y mi corazón palpita descontrolado mientras mi hija se revuelve en su cuna.

Me resisto a apagar la luz de nuevo. Cuento mis inhalaciones para centrar la mente en algo que me distraiga, pero es imposible…entonces me invade un frío que me paraliza y que me obliga a abrir los ojos de nuevo, sobresaltada.

Hay alguien aquí conmigo…el terror me desborda entera, y me debato entre escapar e irme contigo, o quedarme cuidando de mi hija…pero ella duerme plácidamente, y el frío se me hace insoportable. Con paso vacilante me dirijo a tu habitación, Inés y tu dormís y casi no hay espacio en vuestra cama, así es que hecha un ovillo me acurruco en un rincón. Desde aquí veo la puerta, no pestañeo, he dejado sola a Miren y paladeo la culpa mezclada con el miedo… mantengo la vista fija en el umbral…sé que está ahí afuera, ahora tengo la certeza de que ha estado toda la noche. De pronto siento como se enciende la luz del cuarto y escucho ronronear a la niña…un instante después vuelve a apagarse de nuevo…ha encendido la luz para verle la carita, y me descubro rezando. Y le pido que cuide de Miren como te cuidó a ti cuando vivía…

Me quedo dormida con la culebra aun bisbiseando en mi oído.

Por la mañana te levantas, y mientras desayunamos me cuentas que te has encontrado a Miren dada la vuelta en su carrito. Mi bebe me sonríe, y levanta la manita feliz mostrándome alborotada algo que agarra fuerte con sus manos. Es una pelota pequeña…

Te miro a los ojos, mientras sentencio:

 
_Prepárate que nos vamos al cementerio a ver a tu abuela.


CHOCOLATE Y MIGAS



Todas las semanas salía disparado de casa para ir a verla. Se dejaba ver por parques y jardines, saltando aceras, y pedaleando valiente y resuelto. Se acompañaba siempre de la libertad descarada que solo nos regala la infancia, y del valor insensato propio de aquellos años fascinantes, en los que cualquier cosa se curaba entre sus brazos.

Conocía el camino de memoria, y se impulsaba con fuerza, sorteando obstáculos con destreza; cuando llegaba a la Calle Santiago, inevitablemente ya, el olor a chocolate llenaba sus pulmones y disparaba sus sentidos, anticipándole al tramo final; aquella cuesta le esperaba siempre altiva, y le animaba a ponerse de pie sobre la bici. Entonces dejaba caer su peso a un lado y al otro acelerando su corazón; Cuando llegaba al parking, dejaba su bicicleta bien asegurada, y corría feliz escaleras arriba.

Trepaba los escalones de dos en dos, ansioso, hasta que escuchaba su voz al teléfono; Y la oía hablar francés, y reinar en aquella recepción como lo hacía en su casa, y sonreía orgulloso.

Su madre le recibía eufórica. La misma ilusión cada vez que veía colarse a su pequeño por la puerta, como si hubiera olvidado la visita anterior, como si fuera la última y hubiera que acariciarle para toda una vida. Le tomaba la cara, y le atusaba el pelo rubio con devoción. Su príncipe le regalaba aquellos ratos, dejándole posos de azúcar en el alma. El hijo disfrutaba de los entresijos de aquel lugar, donde encontraba la sonrisa azul de su madre, y los chocolates, y se dejaba querer, encantado.

Han pasado más de 20 años desde aquello, y aquel niño custodia muchos recuerdos en su corazón grande. Y le animo a que me cuente alguno, y me habla de los churros con mucho azúcar, de los viajes en el súper 5, del coraje de su madre, y de los bombones de licor; Sonríe recordando el alcohol para el dolor de piernas, la ineludible leche con miel, y los domingos alegres de paella y pollo asado.

Y el niño, que ya es un hombre, vuelve al pasado y revive satisfecho su feliz infancia, cuando les habla a sus hijas de la abuela y de la madre, mano a mano, criando a todos, con platos colmados de migas, y de caldo casero.

Hoy he puesto sobre el papel la historia de mi marido. Las cosas que le he escuchado contar de su infancia, tal y como el me las ha transmitido. Forma parte de un proyecto que tenemos, y que un día de estos os contaré...

INES

Algunas tardes me vence el frío. Un frío que viene de adentro y que me asalta obligándome a encogerme.

Algunas tardes, dejo de verme, se va la luz en un momento, y a duras penas me oriento.

Algunas tardes olvido lo que tengo, y la sombra me deja ver solo lo que no tengo y deseo.

Menos mal que una tarde cualquiera, cuando no encuentro consuelo, se acerca a mí, y me ofrece su calor. Y le dejo que se acerque mucho, y parece que el tiempo se para y puedo llevarla un ratito en mi vientre de nuevo.

_ ¿Puedo dormir contigo? Le pregunto bajito.

Sus ojos verdes me miran divertidos, y me responde, feliz:

_ Vale mama, esta noche me pego a ti.


EL ANDEN

Había cogido la salida de la autopista, y miraba con intensidad al frente luchando por hacer más corto el camino. Pensaba en lo que había pasado, hipnotizado por el ritmo frenético del limpia parabrisas. Nevaba, desde ayer no había parado, el cielo escupía en color blanco enterrando mis esperanzas bajo un manto blanco, congelado.

La misma mañana que te fuiste me dejaste suspendido de un hilo invisible, pendiente sin remedio de una llamada, y sumido en una soledad sin faro. Te supliqué mientras cerrabas maletas y hablabas de decepción. Para cuando quise darme cuenta, vagaba solo husmeando todos tus recodos, mientras las perchas se mecían desnudas en los rincones.

Hoy desperté sobresaltado por el sonido del teléfono, tardé unos segundos en darme cuenta de dónde estaba, y corrí a cogerlo mientras sufría el vacío en tu lado de la cama. Llegué tarde, habías colgado. Te llame inmediatamente, desesperado. Apagado. A los pocos segundos, un mensaje en el contestador.

_Perdóname. Me voy. Prefiero que no sepas a dónde. No estoy preparada para el compromiso, creo que ya no te quiero.

Tu voz me había dejado calado hasta los huesos, hubiera querido zarandearte para que me devolvieras a la que había sido mi mujer. Los últimos meses te habías rodeado de recovecos imposibles de conquistar. Traté entonces de ponerme en tu lugar, y de pronto lo vi, tuve la certeza de que volverías allí.

Nervioso, consulté los horarios de los trenes y salí de casa corriendo. No sabía que iba a decirte, no sabía que querías oír…pero tenía que llegar antes de que aquel tren arrancara. En cuanto llegaras allí, tu corazón iba a desembarcar en algún otro puerto, y no te iba a recuperar jamás.

El temporal nos había pillado a todos desprevenidos, los informativos habían anunciado bajadas de temperaturas, pero la tormenta de nieve era espectacular y desde luego superaba cualquier previsión. Los copos caían con tal fuerza que no se veía un metro por delante, y la gente circulaba muy despacio. Estaba helado de frío. La calefacción del coche apenas conseguía hacerme entrar en calor y aquel ritmo lento chocaba feroz con mis prisas, miraba con furia a los que iban delante de mí, y maldecía sus frenazos constantes. Finalmente, a un lado de la carretera, apareció la vía del tren, y mi corazón se aceleró sin remedio. Aparqué el coche, y me bajé. Una vez dentro, miré las pantallas confuso, y corrí al andén que te despedía. Un fuerte silbido me hizo encogerme, aceleré el paso, esquivé a varias parejas que se abrazaban y entonces te encontré. Te levantabas de un banco. Cubrías tu frío con un gorro, y te frotabas los brazos abrazándote fuerte, el vaho blanco salía de tu boca, acompasado.

Te diste cuenta de que te miraba inmóvil; el tren silbó de nuevo, impaciente, mi miedo se había aliado con tu tristeza, y el abismo se iba haciendo más profundo cada segundo que pasaba. Quería dar un paso al frente y detener aquello, así es que alargué mi mano hacia ti…esperaba que acudieras, que me abrazaras, que me dijeras que te quedabas; pero en lugar de eso volviste la vista hacia otro lado buscando un refugio. El apareció entre la gente, se acercó a ti agarrándote la cintura con fuerza, y te animó a seguirle con un beso; le seguiste, sin dedicarme apenas una mirada.

Entonces un torrente de ideas me nublo la vista, y algo me golpeó la cara con fuerza. Sonreí para adentro, recordando como el mismo sentimiento que te había servido a ti de alegato final, me ahogaba a mí ahora, y se bebía mi aliento.

UN RATO JUNTAS, NOSTALGIA QUERIDA

A veces te intuyo, te escondes detrás de cualquier tarde y me vigilas. Te quedas muy quieta escuchando atenta mis plegarias, y cuando menos lo espero, te cuelas veloz por ese resquicio que encontraste; entonces entras y sales de mi casa como si fuera tuya, haciendo y deshaciendo a tu antojo mientras destapas viejas zanjas…

Es inútil que me resista, porque me regalas olores viejos que había olvidado, y que extrañaba…e irremediablemente me acurruco a tu lado, y me dejo querer, y me ofreces viejos nombres, y momentos en lugares, y esa magia  que convierte las desventuras en destrezas; y me lo creo todo a pies juntillas. Me engañas y te dejo, abriéndote las puertas de par en par, fascinada.

No te vayas aun, adoro velar mi pasado con tus gafas de lejos, y verlo todo con ese filtro rosa palo. Definitivamente prefiero colorear el pretérito a mi gusto y dejar por un rato esta silla, para sentarme en otra más blanda, contigo.

Y si tardas, saldré a buscarte en los discos viejos,  y me prepararé para cuando llegues y me levantes dos palmos del suelo para luego dejarme caer, si me distraigo. 

DON TELMO

Revisaba las recetas tratando de concentrarme, clindamicina, Ibuprofeno…lo hacía en voz baja, casi en un susurro, mientras apilaba los recortes verdes uno encima de otro. Había dormido poco, estaba cansado y apuraba el último sorbo de un café con leche. De pronto escuché el quejido plañidero de la vieja puerta y el tintineo de la campana, Dejé las recetas sobre la mesa de mi despacho, y salí a atender. Cuando asomé la cabeza no vi a nadie; Noté el frío helador que se había colado con quien quiera que fuese, y un hedor intenso a tubería y a desecho que me obligó a llevarme la mano a la nariz. Cuando apenas aspiraba mi propio aroma para evitar la arcada, sentí un empujón fuerte, alcé la vista mientras recuperaba el aliento y el equilibrio, y lo vi. Desmesurado. Estaba justo delante de mí. Tan feo, Y tan rematadamente asqueroso, que no podía apartar mis ojos de aquello.  Una masa espesa de lo que parecía moco le cubría la parte central de la cara, y de sus oídos brotaba un oscuro líquido viscoso. Sus ojos miraban enloquecidos a un lado y a otro, como buscando algo, pero terminaban fijos, bizcos, sobre mí. Estaba aterrado.

Se arrastraba con lentitud mientras balanceaba sus brazos interminables señalándome con aquellas uñas largas y oscuras; con toda su torpeza era mucho más rápido que yo y en uno de aquellos balanceos me alcanzó. Noté como hacia fuerza, como apretaba los puños con rabia, y como me iba faltando el aire. Intenté zafarme de aquello, agarré sus manos pero tuve que soltarlas. Estaban frías, y me asquearon de tal modo que sentí unas terribles nauseas. La congoja me subió por el estómago hacia la garganta. No podía gritar, no podía correr, no había modo de salir de aquella esquina en la que me había sentenciado; sustancias de todo tipo caían al suelo mezclándose. Aquello estaba por todas partes. Escupía sonidos incomprensibles y desgarradores que me interrogaban acusadores. Iba a morir, si nadie lo remediaba y aquella cosa seguía apretándome de ese modo, me iba a matar; sentía pánico, pero el resquicio de vida que me proporcionaba el aire que aun llegaba a mis pulmones, mantenía vivo algún rincón de mi cerebro, y con ello la obsesión de que no tocara mi piel, de que no me rozara. Me tenía agarrado por los cuellos de la bata, y de ese modo, casi en volandas, me fue quitando aliento y mi visión se fue volviendo borrosa.


            Súbitamente escuché un sonido lejano y con él, el aire volvió a mis pulmones. Miré a un lado y al otro. Alguien me llamaba por mi nombre. La cosa se había encogido sobre si misma, y se retorcía a apenas medio metro de donde yo estaba. Parecía estar sufriendo. Trataba de no perderla de vista, que no se me acercara, pero no podía obviar el hecho de que alguien me buscaba. Me temblaban las piernas. El ser asqueroso se fue incorporando lentamente, se había quedado de espaldas a mí. Se giró despacio. Seguía en el mismo sitio, justo al final del mostrador, el único sitio por el que yo podía huir.

            _ ¡Antonio!, volvió a llamar alguien.

Reconocí la voz del representante que pasaba cada día a esa hora a dejar los pedidos. Parpadeé un par de veces mientras lo veía dejar las cajas en la entrada. Tenía los labios secos y la frente empapada en sudor. Le saludé con la mano mientras miraba a izquierda y derecha, confuso.

            Delante de mí D. Telmo me observaba mientras abría un pañuelo y limpiaba los cristales de sus gafas.

_Antonio, ¿qué te pasa? Te has quedado pasmado…

            La farmacia seguía igual, los medicamentos en su sitio, y el mostrador y el suelo limpios. Respiré ansioso, un leve olor a tubería se había quedado suspendido en el aire, pero era tan leve...carraspeé.

            _Discúlpeme D Telmo, me he quedado traspuesto, ¿me decía?.
 
            _Me estoy haciendo viejo Antonio, no me encuentro bien; desde que Marga se fue no he levantado cabeza.

            Me miraba por encima de sus gafas mientras hablaba, parecía cansado. Rondaba los 65 años, pero desde que su mujer había fallecido unos meses atrás, había envejecido muchísimo, y se había vuelto taciturno y nervioso. Cada mañana en el bar maldecía al que, según contaba, la había matado. Al parecer el ataque al corazón que sufrió tuvo que ver con la ingesta de algún medicamento en mal estado. El pobre hombre se estaba volviendo loco de pena.  

 _No sé qué está sucediendo, olvido las cosas, no soy capaz de recordar qué hice ayer, ni siquiera qué pasó hace media hora…

_D. Telmo, puedo darle algo de hemopatía para la memoria, pero vaya usted al médico a que le vea.

_Tienes razón Antonio, tengo que hacerlo…


            Aun aturdido fui a la rebotica a preparar los comprimidos de D. Telmo. Le cobré, le entregué la bolsita con lo suyo, y salió dejando tras de sí el tintineo de la campana.

            Al día siguiente, mientras desayunaba, abrí el Diario por la sección de sucesos:

“Farmacéutico pierde la vida en extrañas circunstancias. Apareció su cuerpo ayer a primera hora de la mañana detrás del mostrador del establecimiento. Se han encontrado ciertos líquidos entre las manos de la víctima. El laboratorio forense está trabajando en ello. Aun se desconocen las causas de su muerte aunque todo apunta a un estrangulamiento. Hay un testigo, vecino del barrio y conocido de la víctima, D. Telmo Ramírez, la policía pudo interrogarle, aunque fuentes de la autoridad competente aseguran que el hombre no es capaz de recordar nada”.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando el olor a podrido inundó mi cocina…

EL PAÑUELO

No puedo dejar de mirarte mientras recoges tus canas en un moño, y me sorprendo de sorprenderme, porque ese mismo gesto te lo he visto hacer mil veces. Pero hoy es diferente, hoy te preparas para salir, envuelta en un aire misterioso que me hace sentirte ausente. Hoy tus manos atusan tus pliegues y mi pena con un algo de despedida. Y estás tan bonita que quiero acercarme a ti, y olerte…y es que me vuelves loco cuando me miras de esa manera…absolutamente loco e inmensamente feliz, cuando además te acercas y me acaricias con tus manos sabias.

Has venido, te has puesto ese traje de falda y chaqueta que te queda tan bien, y entras del brazo de Inés con paso lento. Sonríes a los que se acercan a saludarte iluminando levemente la sala, y te escucho regalar palabras de consuelo. Tu propia angustia la ignoras y tratas de asfixiarla dentro del pañuelo que aprietas fuerte entre los dedos de tu mano derecha.

Les has pedido que nos dejen solos, por fin, y me miras inmóvil. Tus ojos negros brillan. Quieres decirme algo, pero lloras; lloras callandito, y me doy cuenta de que te vas a ir y de que estoy muerto de miedo.

Alguien sentenció antes de salir
_Pobre Verónica, viuda, con lo que se querían.

Te inclinas temblorosa, y me besas con tus lágrimas gastadas ya, y acercándote mucho dejas que tus pestañas y todas tus arrugas me regalen una fiesta de despedida; después colocas tu pañuelo entre mis manos, y me susurras:
_Cuídate amor mío y no sufras, te prometo que cualquier día de estos me voy contigo.

Tu cercanía aleja mis temores y, reconfortado por tus palabras y por tu promesa, aspiro fuerte tu aroma, y cierro los ojos, al fin.