Revisaba las recetas tratando de concentrarme, clindamicina, Ibuprofeno…lo hacía en voz baja, casi en un susurro, mientras apilaba los recortes verdes uno encima de otro. Había dormido poco, estaba cansado y apuraba el último sorbo de un café con leche. De pronto escuché el quejido plañidero de la vieja puerta y el tintineo de la campana, Dejé las recetas sobre la mesa de mi despacho, y salí a atender. Cuando asomé la cabeza no vi a nadie; Noté el frío helador que se había colado con quien quiera que fuese, y un hedor intenso a tubería y a desecho que me obligó a llevarme la mano a la nariz. Cuando apenas aspiraba mi propio aroma para evitar la arcada, sentí un empujón fuerte, alcé la vista mientras recuperaba el aliento y el equilibrio, y lo vi. Desmesurado. Estaba justo delante de mí. Tan feo, Y tan rematadamente asqueroso, que no podía apartar mis ojos de aquello. Una masa espesa de lo que parecía moco le cubría la parte central de la cara, y de sus oídos brotaba un oscuro líquido viscoso. Sus ojos miraban enloquecidos a un lado y a otro, como buscando algo, pero terminaban fijos, bizcos, sobre mí. Estaba aterrado.
Se arrastraba con lentitud mientras balanceaba sus brazos interminables señalándome con aquellas uñas largas y oscuras; con toda su torpeza era mucho más rápido que yo y en uno de aquellos balanceos me alcanzó. Noté como hacia fuerza, como apretaba los puños con rabia, y como me iba faltando el aire. Intenté zafarme de aquello, agarré sus manos pero tuve que soltarlas. Estaban frías, y me asquearon de tal modo que sentí unas terribles nauseas. La congoja me subió por el estómago hacia la garganta. No podía gritar, no podía correr, no había modo de salir de aquella esquina en la que me había sentenciado; sustancias de todo tipo caían al suelo mezclándose. Aquello estaba por todas partes. Escupía sonidos incomprensibles y desgarradores que me interrogaban acusadores. Iba a morir, si nadie lo remediaba y aquella cosa seguía apretándome de ese modo, me iba a matar; sentía pánico, pero el resquicio de vida que me proporcionaba el aire que aun llegaba a mis pulmones, mantenía vivo algún rincón de mi cerebro, y con ello la obsesión de que no tocara mi piel, de que no me rozara. Me tenía agarrado por los cuellos de la bata, y de ese modo, casi en volandas, me fue quitando aliento y mi visión se fue volviendo borrosa.
Súbitamente escuché un sonido lejano y con él, el aire volvió a mis pulmones. Miré a un lado y al otro. Alguien me llamaba por mi nombre. La cosa se había encogido sobre si misma, y se retorcía a apenas medio metro de donde yo estaba. Parecía estar sufriendo. Trataba de no perderla de vista, que no se me acercara, pero no podía obviar el hecho de que alguien me buscaba. Me temblaban las piernas. El ser asqueroso se fue incorporando lentamente, se había quedado de espaldas a mí. Se giró despacio. Seguía en el mismo sitio, justo al final del mostrador, el único sitio por el que yo podía huir.
_ ¡Antonio!, volvió a llamar alguien.
Reconocí la voz del representante que pasaba cada día a esa hora a dejar los pedidos. Parpadeé un par de veces mientras lo veía dejar las cajas en la entrada. Tenía los labios secos y la frente empapada en sudor. Le saludé con la mano mientras miraba a izquierda y derecha, confuso.
Delante de mí D. Telmo me observaba mientras abría un pañuelo y limpiaba los cristales de sus gafas.
_Antonio, ¿qué te pasa? Te has quedado pasmado…
La farmacia seguía igual, los medicamentos en su sitio, y el mostrador y el suelo limpios. Respiré ansioso, un leve olor a tubería se había quedado suspendido en el aire, pero era tan leve...carraspeé.
_Discúlpeme D Telmo, me he quedado traspuesto, ¿me decía?.
_Me estoy haciendo viejo Antonio, no me encuentro bien; desde que Marga se fue no he levantado cabeza.
Me miraba por encima de sus gafas mientras hablaba, parecía cansado. Rondaba los 65 años, pero desde que su mujer había fallecido unos meses atrás, había envejecido muchísimo, y se había vuelto taciturno y nervioso. Cada mañana en el bar maldecía al que, según contaba, la había matado. Al parecer el ataque al corazón que sufrió tuvo que ver con la ingesta de algún medicamento en mal estado. El pobre hombre se estaba volviendo loco de pena.
_No sé qué está sucediendo, olvido las cosas, no soy capaz de recordar qué hice ayer, ni siquiera qué pasó hace media hora…
_D. Telmo, puedo darle algo de hemopatía para la memoria, pero vaya usted al médico a que le vea.
_Tienes razón Antonio, tengo que hacerlo…
Aun aturdido fui a la rebotica a preparar los comprimidos de D. Telmo. Le cobré, le entregué la bolsita con lo suyo, y salió dejando tras de sí el tintineo de la campana.
Al día siguiente, mientras desayunaba, abrí el Diario por la sección de sucesos:
“Farmacéutico pierde la vida en extrañas circunstancias. Apareció su cuerpo ayer a primera hora de la mañana detrás del mostrador del establecimiento. Se han encontrado ciertos líquidos entre las manos de la víctima. El laboratorio forense está trabajando en ello. Aun se desconocen las causas de su muerte aunque todo apunta a un estrangulamiento. Hay un testigo, vecino del barrio y conocido de la víctima, D. Telmo Ramírez, la policía pudo interrogarle, aunque fuentes de la autoridad competente aseguran que el hombre no es capaz de recordar nada”.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando el olor a podrido inundó mi cocina…
3 comentarios:
Martuqui!Me ha enganchado. Animate a escribir una historia por entregas! Un besote
que vuelco! me tienes de la lagrima al susto ! como engancha cuñi !! me dejas en ascuas !
E tenido que leerlo más de una vez. Me agobio... siento que lo que agarra al farmacéutico es una angustia terrible, lo ahoga, le pesa... no se. Me cuesta comprender, y quizás por eso me gusta volver a leerlo, porque cada vez saco diferentes conclusiones y versiones de estas.
Yo y mis vueltas.
Le das a todo Marta, te atreves con cualquier tema y estilo.
Publicar un comentario