UN REGALO PARA ANA

Conocí un sitio en el que las cosas existían y cobraban vida sólo cuando un rey sabio las pintaba.  Las coloreaba con tanto mimo que todo era bonito y brillante. Dibujaba flores de mil colores, animales de brillantina, y valles y montañas surcados de ríos de limonada. El rey sabio amaba todas aquellas maravillas, pero por encima de todo lo que había pintado, lo que más quería era a su pequeña creación…

Lucía era un hada. Un hada pequeña, y preciosa. Desde el momento en el que el rey terminó de dibujarle las dos alitas, sus grandes ojos marrones comenzaron a mirarlo todo con curiosidad; cualquier cosa la hacía reír dejando a su paso sonoras carcajadas. Le gustaba hacer burbujas con el jabón de las nubes, y los dulces que crecían en los prados azules y naranjas; Era feliz deslizándose por toboganes de plastilina y vivía rodeada de un sinfín de seres que la adoraban...Lucía pasaba el tiempo brincando, cantando y bailando y así transcurrían sus
días, aleteando de un lado a otro.


Un día se despertó temprano, y se sintió triste. Hacía tiempo que miraba a su alrededor y adivinó que le faltaba algo importante; impaciente, el hadita agitó sus alas y voló por encima de tanta belleza, había decidido ir a ver al rey. Él podría ayudarla.


El monarca, cuando la vio entrar con su carita preocupada, en seguida le preguntó:


- "¿Qué te pasa Lucía?"
- "No lo se, no estoy contenta" le respondió ella.
- "Pero, ¿por qué hadita?" le preguntó el, “aquí tienes todo lo que un niño podría soñar...".
- "Lo se, pero me falta algo. Echo de menos tener a alguien que me abrace, que me cuide cuando las alitas me duelen de tanto agitarlas, alguien que me quiera mas que a nada en el mundo"
- "Mi querida Lucía", le dijo el rey cariñoso, "si de verdad lo que deseas es tan fuerte, si estás segura, tendrás que renunciar a tus alitas y a todo lo que he dibujado para ti..."
El hadita, decidida, se puso de puntillas y se colgó del cuello del rey. Era un hombre muy bondadoso. Sin apenas pestañear, le sonrió y le dijo "estoy segurísima".
El rey la miró un poco entristecido, iba a echarla mucho de menos.
El hadita preciosa se despojó de sus alas con mucho cuidado, y después de abrazar al sabio, cerró los ojos con fuerza...
Cuando los abrió, despacio, alguien la sostenía mientras le limpiaba con dulzura las manitas. Iba acariciándole uno a uno todos los deditos mientras desgranaba melodías dulces. No tenía alas, pero aquella dama olía mejor que todos los campos de golosinas juntos. Era su mama, y se llamaba Ana. 




Mil gracias a Pia Alzaga por sus ilustraciones en este cuento! has sido un gran Kobijo amiga.