UNA VENDIMIA DIFERENTE

No había sido un verano excesivamente caluroso en Sanint Lurent, de modo que la vendimia llegó, llamando discreta a las puertas de mi otoño. Durante aquellos días, el tiempo se detenía bajo mi ventana. Era un espectáculo que había disfrutado con mi padre, y con mi abuelo, y que había aprendido a saborear a traguitos pequeños, apretados, y de color azul oscuro, casi negro.
Cuando ya llegaba la tarde, me acerqué paseando hasta los viñedos; las barricas se habían desbordado y el vino lo anegaba todo. La finca y sus veredas sabían a aceituna y a grosella, y el caldo discurría suave y cohibido. Se oía el crujir de los setos a su paso, y el olor a cedro y a menta lo iba colmando todo. Me llené de aquél aire los pulmones, y caminé. Avanzaba con cuidado, sentía la humedad entre mis pies, y me movía cauteloso para no estropear el milagro. No dejé de pasear durante un buen rato, cada tanto sacaba mi copa y capturando un poco del suelo, lo iba probando, dejando que mi memoria se perdiera dentro de aquel aroma a tabaco.

Poco a poco el sol se fue poniendo, y en el preciso momento en el que se ocultaba tras el horizonte, presentí la melodía. Me senté en un alto, y me dejé engañar por aquel momento. Violines y clarinetes sonaban acompasados. Lo hacían de un modo tan suave, que resultaban casi imperceptibles; El vino seguía acariciando la tierra, pero lo hacia cada vez más lentamente, siguiendo el compás de aquella música, y de aquella luz. Poco a poco el caudal azul y escarlata fue parcelándose; cada riachuelo tomó su rumbo. Una sintonía de música, olores y colores, fueron enredándose entre las cepas desnudas, trepando y humedeciendo su tronco, y sus hojas secas. La música se fue haciendo más intensa, los violines gemían a solas ya y, excitados, acompañaban aquella coronación maravillosa. Descendí de donde estaba, el suelo empezaba a secarse, y podía caminar entre las parcelas más cómodamente. Me acerque conmovido a una cepa, prácticamente no había luz ya, pero rocé con mi mano derecha sus ramas. Sonreí, allí estaban, llenas y repletas de nuevo. Las vides se habían dejado vestir con sus preciados racimos

1 comentario:

nere dijo...

Me a parecido saborear un exquisito vino. El mundo de la vid es un arte, pero tus relatos son arte puro, de verdad. Me llegan muy hondo todas tus palabras.
Gracias Marta.