DEJARE LA LUZ ENCENDIDA

No se en que momento empezó a pasar, pero te miraba y no te veía.
La rutina lo había desordenado todo dejándolo revuelto. No podía besarte, ni mirarte a los ojos, porque no me veía en ellos, no te veía.
Y aquella oscuridad me asustaba.

Un día, cuando a duras penas soportaba el peso de mis dudas, me llegó un email. Debía viajar, había un contrato que había que cerrar, y el comprador precisaba que fuera en aquel lugar en concreto. Dije que sí. Mire el mapa, y suspiré.
La mañana en la que debía coger el avión, te levantaste antes que yo; cuando entré en el baño, tu olor se me coló dentro, tan adentro que noté como las lágrimas me sacudían. Brotaban llenas y ansiosas por decirme algo. Tu esencia me hablaba alto, pero yo sólo podía encogerme. Algunas noches, cuando dormías, te miraba tratando de tocar suave alguna de tus puertas, pero nadie abría. Escuchaba tu respiración y hundía mi cabeza en tu pecho tratando de encontrarnos.
Estaba tan oscuro…

Aterrizamos de noche. Cansada del viaje, de pensar, y de coger aquella maraña y tratar de soltar nudos, me dejé llevar al hotel, y caí rendida al sueño.
Cuando abrí los ojos, no sabía dónde estaba. Miré a mí alrededor, acomodé la almohada, y sentí el tacto suave de aquellas sábanas blanquísimas. Me levanté y me di un baño tranquilo. Pensé en ti mientras admiraba los detalles que habían dispuesto para mi visita. Todo lo que me rodeaba parecía nuevo, y me invitaba a estrenar hasta mi propia vida. La decoración era maravillosa.
Al terminar, quise dirigirme a la recepción del hotel. La noche anterior las prisas no me habían dejado fijarme en nada, y la verdad es que a mi alrededor no había otra cosa que vegetación, y caminos envueltos en estanques y flores. Tomé uno de ellos. A los lados multitud de casitas, idénticas a la que me servían de alojamiento, pero ninguna pista de dónde estaba la salida. En estas estaba cuando divisé al final de un sendero una figura menuda. Era una mujer. Pequeña en estatura, y finísima en su talle. En seguida pensé, por las vestimentas, que era alguien del servicio del hotel, y me dispuse a pedirle ayuda.
Cuando me acercaba a ella, mis pasos se volvieron vacilantes. Llevaba algo entre las manos, y se arrodillaba para colocarlo sobre el suelo. A sus pies, formando un mosaico de colores, había varios cestitos. Parecían hechos de mimbre. Eran preciosos. Dentro de cada uno de ellos había flores balinesas, las había de unos tonos tan extraordinarios, que los ojos saltaban de unas a otras, sin poder evitarlo. Sin querer evitarlo.
Los colocaba uno al lado del otro con exquisito cuidado, mientras sus ojos sonreían.
Cuando hubo terminado de alinearlos todos, encendió una varita de incienso, y me observó. Me miró por dentro también.
El incienso y el brillo de aquellos ojos oscuros se me colaron dentro del mismo lugar donde habitaba tu olor. Y la mezcla me hizo estremecerme. La mujer me tomó las manos y me explicó que aquello era una ofrenda. Que cada día paraban, apartaban las nubes negras, y preparaban aquellas ofrendas de color, de aquel modo tomaban conciencia de su realidad, y daban gracias sin perder de vista lo más valioso; lo explicaba de un modo tan cercano, que parecía obvio… la calidez de la ofrenda prendió el chispazo. Miré hacia dentro, y me vi reflejada en tus ojos verdes. El olor a flores se mezcló con el de aquella vela, la que me serviría para volver a casa.

En ese mismo momento, envié un mensaje.
_Te echo de menos
Al instante, tu respuesta.
_Vuelve. Dejaré la luz encendida.

5 comentarios:

Rosita Fraguel dijo...

Muy bonito Marta. Muy dulce. Me alegra poder seguir leyéndote.

Rosa Yáñez.

Ana Acordagoitia dijo...

Buffffff, ójala seamos capaces de parar, apartar las nubes, pensar en lo realmente valioso y dar gracias por ello.Me ha encantado Marta!!!!
Ana

nere dijo...

Impresionante, me has dejado de piedra. He tenido un mal día y tú has sido esa figura menuda del relato, me has recordado que debemos apartar las nubes negras y disfrutar por fin de un momento de meditación. Paz, sosiego, tranquilidad...
Ya tienes una fan, me encantan tus relatos, descripciones, ideas, vivencias...tan real. Extraordinario.
Gracias Marta.

Recortables y Quimeras dijo...

¡Rosita! he visto en tu blog lo de tu libro "esto no es poesía"! ¡gracias por pasarte por Recortables!

Anita...eres un sol, ojalá lo seamos.

Nere, si te animé un ratito, ya merece la pena seguir escribiendo!!

Anónimo dijo...

Jo cuñi...q bonito, es increible como escribes, y como plasmas esas historias de esa forma tan sensible. Yo me tomo ahora mi ratito, cafe, niñas jugando, chicos dormidos...y mi rato. un abrazo y nos vemos ya. Maria