ERA OTOÑO

Tu te empeñaste. Te prometí que vendría y aquí estoy, indeciso ante la puerta y deseando terminar para volver a casa a echarte de menos. Llevo meses sin salir, mi rutina se reduce a sobreponerme al dolor que siento cuando abro los ojos y no estas. Todo lo demás, gira alrededor de eso, ni más ni menos. Me has dejado sólo y cuando miro alrededor solo veo un gran agujero negro que amenaza con tragarme. Así es que, antes de que eso suceda, y no quede de mi más que la pena disfrazada de hombre, he venido cumplir la promesa que te hice.

Siempre adore tu entusiasmo, desde aquellas primeras tardes te quise por eso, obstinada hasta el final, apasionada con cada punto y coma que escribías. Una noche me preguntaste si creía. Si pensaba que había algo después de la muerte, algún lugar donde nos fuéramos a encontrar. Me hiciste reír, francamente pensé que bromeabas. Pero no, lo decias en serio. Desde aquel día trataste de convencerme muchas veces, utilizabas todos los argumentos imaginables para compartir conmigo aquello que tanta esperanza te regalaba.

Entonces caíste enferma y todo empezó a pesarme mucho.

No volvimos a hablar del tema, hasta aquella noche. A la luz de una luna blanca y triste, y a pesar de tu dificultad para respirar, me hiciste un gesto para que me acercara, y despacio, calculando el aliento que ponías en cada palabra, me hablaste de los olores, de las luces y de las sombras, y de la esperanza que te mantenía el espíritu vivo. Te escuche atónito, no daba crédito, te morías y seguías con aquello. Me miraste a los ojos y me hiciste prometerte que vendría a este sitio. Aquí cambiaste tu de idea, me explicabas, aquí encontraste tu el candil que ilumino luego tu camino, decías...

Te lo prometí a media voz, pensando quizás que pondría arrepentirme más tarde. Pero no. Más tarde no pude hacer más que hundirme en la pena de decirte adiós. 


Era otoño. Amaneció una niebla fría que coqueteaba con las hojas enredadas en mis pasos indecisos.

Cuando la puerta se cerró a mi espalda, una música suave lo ocupaba todo...Parpadee varias veces para acostumbrarme a la oscuridad, y te busque, tratando de recordar los detalles que tantas veces me habías desgranado. Mire hacia el altar, y sonreí al ver aquel velón encendido. Aspire el aire con fuerza, con la intensidad con la que tu lo hacías todo, y reconocí el olor a incienso que tantas cosas bonitas te inspiraba, entonces me senté, no había nadie más allí y sin embargo aquella música seguía llenando mis rincones vacíos. Cerré los ojos y me deje arropar por la melodía...

Encogido en aquel banco, me senti en paz por primera vez en mucho tiempo, algo familiar había en aquel lugar que erizaba mi espíritu cansado. Levante la vista, las imágenes de las vidrieras me miraban y el viento soplaba fuerte; los cantos habían cesado y me pareció escuchar pasos en algún lugar cerca del altar, trataba de ver más allá, pero mis ojos se perdían entre las sombras. De pronto una puerta se abrió y un aire cálido recorrió mi espalda. Sobrecogido me levante, ¡eras tu!! La música, las velas, tantísima paz, eras tu...entre lagrimas escuche de nuevo tu voz apasionada susurrándome al oído...y volví a caer rendido a tus pies conquistado por esa esperanza imbatible.


No se cuanto tiempo mas estuve allí sentado, pero cuando salí de nuevo a la calle,  sonreías

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy lindo, sentido y emotivo.