Se había agotado ya el tiempo de planear. Llevaba meses haciendo pequeñas cosas en la cocina de su casa, coqueteando con la idea de poder ver su ingenio decorando otros rincones que no fueran los suyos, y trabajando para aprender técnicas nuevas con olor a pegamento. Disfrutaba trasteando con telas y papeles pintados; había tomado la decisión de dar un paso más. Buscaría su propio rincón de trabajo, un taller en condiciones donde crecer y poder mostrarse al resto. Aquella decisión le había costado muchos desvelos. Sus miedos le asediaban una y otra vez, descuajándolo todo. Le hacía falta un impulso.
La mañana que vio el anuncio en el periódico tuvo una corazonada. Dejo el café que estaba bebiendo, y sonrió levemente. Alquilaban un ático en pleno Raval.
Llegó un poco antes de la hora y se encontró con un edificio antiguo. Los grandes ventanales de su fachada dejaban adivinar sus techos altos, y parecía poder oír el crujir de la madera de aquellos desgastados suelos. La zona estaba llena de pequeños comercios, y se respiraba el ajetreo propio de cualquier barrio. Se sintió bien a pesar de los nervios. Alguien salió del portal, y aprovechó para colarse dentro. La luz del sol entraba allí inundándolo todo, y llenándolo de un dulce calor. Quiso subir caminando, las escaleras también eran antiguas y pasamano estaba completamente desgastado. Se preguntó cuántas manos, cuántas vidas se habrían apoyado allí para dar el siguiente paso, como ella. Cuando llegó al último piso llamó al timbre, había quedado con el de la inmobiliaria. Espero unos instantes, pero no acudió nadie, entonces, al apoyarse en la puerta, esta se abrió y el ático se presentó ante sus ojos.
El polvo formaba espirales suspendido en el aire, y se dejaba acariciar por los rayos de sol que entraban a chorro en la estancia. Apenas medía 50 metros cuadrados, pero tenía una gran mesa para trabajar, y unas ventanas enormes desde las que se podía ver el cielo de la ciudad salpicado de tejados y de antenas. Siempre había sido aficionada a aquel tipo de vistas. Le gustaba la ciudad, el bullicio, y la idea de esconderse cada mañana allí arriba, le atrajo desde el primer momento. De pronto, en una esquina, entre un montón de cajas apiladas, se fijó en algo que le llamó la atención con la misma intensidad que el anuncio del periódico. Se acercó despacio, y alargó la mano con cuidado. Al tacto parecía un lienzo. Lo saco de entre las cajas y lo examinó con detenimiento; Se trataba de una abstracción llena de color, los rojos, los verdes y los malvas se mezclaban dando vida a colores sin nombre. Cerró los ojos un instante aspirando el fuerte olor a pintura, absorta en sus pensamientos, y cuando los abrió, pudo verla.
Delante de la mesa había una mujer. Parecía de su misma edad, vestía vaqueros y llevaba el pelo recogido en un moño. Canturreaba mientras buscaba algo entre un sinfín de botes de colores. La mesa estaba llena de pinceles, paletas, y disolventes y en medio del desorden, un lienzo a medio pintar. El mismo que Ángela acababa de descubrir en aquel rincón.
La mujer trabajaba con firmeza mientras seguía tarareando aquella canción; cuando se volvió buscando algo, sus miradas se encontraron y se sonrieron, ajenas de algún modo a lo extraño de aquel encuentro. Entonces la mujer, sin dejar de mirar a Ángela, cogió un trozo de papel que había en una esquina. Sólo un instante después oyeron pasos en la entrada y las dos se giraron con rapidez, era el de la inmobiliaria. Ángela sobresaltada, se volvió de nuevo hacia la mesa, pero la mujer ya no estaba. Sintió el peso del lienzo en sus manos frías.
-Disculpe el retraso, estaba con otros clientes, ¿Cómo ha entrado? – preguntó el hombre.
-La puerta estaba abierta – respondió insegura encogiéndose de hombros.
-Qué extraño, juraría que la deje cerrada. Es igual, ¿ha visto el ático?
Ángela sentía aun el latido apresurado de su corazón y notó su voz temblorosa.
-Sí, lo he visto. Me ha gustado, pero quisiera saber algo, ¿quién vivió aquí antes?
-La propietaria era una chica joven. Falleció hace poco. Era pintora – respondió el hombre sin mucho entusiasmo.
Ángela dudaba, aquel encuentro la había dejado sobrecogida. La idea de trabajar allí le aterraba pero le atraía con fuerza. Sentía el impulso de salir corriendo y volver a su casa, a su cocina. El hombre interrumpió sus pensamientos.
-Oiga, se le ha debido caer esto.
Entre sus dedos, un papel doblado. Ángela lo desplegó y escrito con trazos firmes, en colores sin nombre, leyó para sus adentros.
“Confía”
Entonces se oyó decir:
_Prepare el contrato, me quedo con el ático.
4 comentarios:
Madre mia hermanita, con lo que me impactan estas cosas!! qué miedo!!Me alegro que vuelvas a alegrarnos las semanas!!
Me encanta que vuelvas a escribir, me encanta tú vuelta. Vuelvo a engancharme a tú blog, yo aviso.
Gracias Anita, gracias Nere y gracias por avisar. Mitigas mi pereza...gracias guapa.
Muá. No te digo más.
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