¿IMAGINAMOS?

¡Menuda fotografía!
En cuanto la ví, la quise.
Testigo de aquello, su creadora, mi querida Amali.
No sé cómo lo veréis vosotros, pero ¡qué cantidad de historias esconde la escena!
¿Alguna sugerencia? En breve, la mía.


DEJARE LA LUZ ENCENDIDA

No se en que momento empezó a pasar, pero te miraba y no te veía.
La rutina lo había desordenado todo dejándolo revuelto. No podía besarte, ni mirarte a los ojos, porque no me veía en ellos, no te veía.
Y aquella oscuridad me asustaba.

Un día, cuando a duras penas soportaba el peso de mis dudas, me llegó un email. Debía viajar, había un contrato que había que cerrar, y el comprador precisaba que fuera en aquel lugar en concreto. Dije que sí. Mire el mapa, y suspiré.
La mañana en la que debía coger el avión, te levantaste antes que yo; cuando entré en el baño, tu olor se me coló dentro, tan adentro que noté como las lágrimas me sacudían. Brotaban llenas y ansiosas por decirme algo. Tu esencia me hablaba alto, pero yo sólo podía encogerme. Algunas noches, cuando dormías, te miraba tratando de tocar suave alguna de tus puertas, pero nadie abría. Escuchaba tu respiración y hundía mi cabeza en tu pecho tratando de encontrarnos.
Estaba tan oscuro…

Aterrizamos de noche. Cansada del viaje, de pensar, y de coger aquella maraña y tratar de soltar nudos, me dejé llevar al hotel, y caí rendida al sueño.
Cuando abrí los ojos, no sabía dónde estaba. Miré a mí alrededor, acomodé la almohada, y sentí el tacto suave de aquellas sábanas blanquísimas. Me levanté y me di un baño tranquilo. Pensé en ti mientras admiraba los detalles que habían dispuesto para mi visita. Todo lo que me rodeaba parecía nuevo, y me invitaba a estrenar hasta mi propia vida. La decoración era maravillosa.
Al terminar, quise dirigirme a la recepción del hotel. La noche anterior las prisas no me habían dejado fijarme en nada, y la verdad es que a mi alrededor no había otra cosa que vegetación, y caminos envueltos en estanques y flores. Tomé uno de ellos. A los lados multitud de casitas, idénticas a la que me servían de alojamiento, pero ninguna pista de dónde estaba la salida. En estas estaba cuando divisé al final de un sendero una figura menuda. Era una mujer. Pequeña en estatura, y finísima en su talle. En seguida pensé, por las vestimentas, que era alguien del servicio del hotel, y me dispuse a pedirle ayuda.
Cuando me acercaba a ella, mis pasos se volvieron vacilantes. Llevaba algo entre las manos, y se arrodillaba para colocarlo sobre el suelo. A sus pies, formando un mosaico de colores, había varios cestitos. Parecían hechos de mimbre. Eran preciosos. Dentro de cada uno de ellos había flores balinesas, las había de unos tonos tan extraordinarios, que los ojos saltaban de unas a otras, sin poder evitarlo. Sin querer evitarlo.
Los colocaba uno al lado del otro con exquisito cuidado, mientras sus ojos sonreían.
Cuando hubo terminado de alinearlos todos, encendió una varita de incienso, y me observó. Me miró por dentro también.
El incienso y el brillo de aquellos ojos oscuros se me colaron dentro del mismo lugar donde habitaba tu olor. Y la mezcla me hizo estremecerme. La mujer me tomó las manos y me explicó que aquello era una ofrenda. Que cada día paraban, apartaban las nubes negras, y preparaban aquellas ofrendas de color, de aquel modo tomaban conciencia de su realidad, y daban gracias sin perder de vista lo más valioso; lo explicaba de un modo tan cercano, que parecía obvio… la calidez de la ofrenda prendió el chispazo. Miré hacia dentro, y me vi reflejada en tus ojos verdes. El olor a flores se mezcló con el de aquella vela, la que me serviría para volver a casa.

En ese mismo momento, envié un mensaje.
_Te echo de menos
Al instante, tu respuesta.
_Vuelve. Dejaré la luz encendida.

OFRENDA

Preciosa foto. No desvelaré de donde es…pero tiene que ver con el próximo relato.

¡Muchas gracias por todo Amali!



LA VIDA ES BELLA

Sonrío mirando la foto mientras escucho aquella melodía en mi cabeza;  juego con la alianza y la bailo entre los dedos, colocándola una y otra vez en su lugar, para que el brillante que la corona, luzca como debe.

4 años ya.

Sigo sonriendo y hago recuento de todos los desencuentros que han acabado en rincones luminosos, y de la cantidad de tardes juntos soñando esta vida.

Te propongo seguir, saquemos las ceras de colores y pintemos juntos. Hemos sabido contar hasta tres, ¡sigamos contando!…al fin y al cabo la Vida es Bella.

UNA VENDIMIA DIFERENTE

No había sido un verano excesivamente caluroso en Sanint Lurent, de modo que la vendimia llegó, llamando discreta a las puertas de mi otoño. Durante aquellos días, el tiempo se detenía bajo mi ventana. Era un espectáculo que había disfrutado con mi padre, y con mi abuelo, y que había aprendido a saborear a traguitos pequeños, apretados, y de color azul oscuro, casi negro.
Cuando ya llegaba la tarde, me acerqué paseando hasta los viñedos; las barricas se habían desbordado y el vino lo anegaba todo. La finca y sus veredas sabían a aceituna y a grosella, y el caldo discurría suave y cohibido. Se oía el crujir de los setos a su paso, y el olor a cedro y a menta lo iba colmando todo. Me llené de aquél aire los pulmones, y caminé. Avanzaba con cuidado, sentía la humedad entre mis pies, y me movía cauteloso para no estropear el milagro. No dejé de pasear durante un buen rato, cada tanto sacaba mi copa y capturando un poco del suelo, lo iba probando, dejando que mi memoria se perdiera dentro de aquel aroma a tabaco.

Poco a poco el sol se fue poniendo, y en el preciso momento en el que se ocultaba tras el horizonte, presentí la melodía. Me senté en un alto, y me dejé engañar por aquel momento. Violines y clarinetes sonaban acompasados. Lo hacían de un modo tan suave, que resultaban casi imperceptibles; El vino seguía acariciando la tierra, pero lo hacia cada vez más lentamente, siguiendo el compás de aquella música, y de aquella luz. Poco a poco el caudal azul y escarlata fue parcelándose; cada riachuelo tomó su rumbo. Una sintonía de música, olores y colores, fueron enredándose entre las cepas desnudas, trepando y humedeciendo su tronco, y sus hojas secas. La música se fue haciendo más intensa, los violines gemían a solas ya y, excitados, acompañaban aquella coronación maravillosa. Descendí de donde estaba, el suelo empezaba a secarse, y podía caminar entre las parcelas más cómodamente. Me acerque conmovido a una cepa, prácticamente no había luz ya, pero rocé con mi mano derecha sus ramas. Sonreí, allí estaban, llenas y repletas de nuevo. Las vides se habían dejado vestir con sus preciados racimos

OLORES, COLORES, SABORES...

Una imagen de Patricia Lafuente Colera, diseñadora gráfica que vuelve a colaborar con Recortables y Quimeras. Iustración para un relato que está en curso... vamos a imaginar un tiempito, y despues, la historia...

MI INSPIRACION


El café está listo. Con la mesa despejada y el zarandeo de la lavadora de fondo, arrío velas y persianas buscando la calma precisa para deshojarte. Me quiere, no me quiere… y voy conquistando embelesada el regalo que me han hecho en esta tarde de domingo. Un rato libre para encontrarme contigo. Ponte cómoda, anda. Hasta dentro de unos días no compartiré el relato que me susurraste… ¿preparamos un aperitivo mientras tanto?