EL ARCO IRIS DE INÉS

Inés tenía 3 años y era una niña valiente y decidida. Cada semana acompañaba a su papa a montar a caballo, buceaba en la piscina, y jugaba en el parque con sus amigos. Pero había una cosa que le daba mucho miedo, más que ninguna otra en el mundo: Las tormentas. Cuando escuchaba el ruido de los truenos, se tapaba los oídos con fuerza esperando a que pasaran.
  Un día de mucha lluvia, su mama se la encontró en su cuarto con las manos rodeando su cabecita, la tomó en sus brazos y mientras la acunaba, le susurró: "Gordita mía, cuando tengas miedo piensa en algo que te guste, ¿qué te gusta de las tormentas Inés? ¡Piénsalo!, ¡algo tiene que haber!" Inés se quedó callada, pensando, había algo de las tormentas que sí le gustaba. Le encantaba el olor a hierba mojada, disfrutaba viendo las gotas deambular por el cristal, y adoraba saltar en los charcos mientras corría de la mano de su hermana a buscar refugio; pero había algo, por encima de todo eso, que le volvía loca, y era la magia hechizante del arcoíris, todos aquellos colores le fascinaban. Su madre le sonrió satisfecha, "¿el arcoíris?, muy bien hija, pues cuando tengas miedo busca en tu imaginación, verás qué tesoros esconde…"
Una tarde estaba jugando en casa, cuando de pronto el cielo empezó a ponerse oscuro y poco a poco empezó a llover.

Papa cerró las ventanas para que el agua no entrara en casa y lo mojara todo.


- "Inés" le dijo al cabo del rato "es hora de ir a la cama, mañana tienes que ir a la escuela".
- "Pero papa, no quiero meterme en la cama, me da miedo, llueve fuerte y hay tormenta, quiero que venga mama…".
- "Hija, ya sabes que mama volverá tarde hoy, métete en la cama y te dará un beso cuando llegue esta noche, ¿de acuerdo?".

Inés se metió en la cama a regañadientes, no quería dormir, no le gustaban nada esos truenos...
Se quedó muy quieta en la cama, esperando a que todo aquel ruido terminara, y entonces recordó lo que le había dicho su madre. Pensó en ella y en un arco iris inmenso. Y entonces, en medio de la intensa lluvia, vio una mujer que entretejía delicadamente miles de hilos de colores.
Enredaba entre sus largos dedos finas hebras de un rojo vivo, y las mezclaba con las verdes, y con las amarillas, más tarde.
Después acariciaba la mixtura mirando al horizonte, pensativa, y volvía a escoger con atención este o aquel tono. Hacía bonitas trenzas con unos y otros y se las ofrecía al sol. El astro, fisgón, asomaba la nariz entre la cortina de agua, y la mujer sonreía de placer. Entonces todas aquellas mezclas centelleaban y ella reía feliz. El agua empapaba su pelo negro, y todos los colores se fundían en una danza impecable con el agua, y con la luz blanca de aquel rostro. ¡Inés nunca jamás había visto un arcoíris más bonito!.
La mujer se giró hacia ella y le hablo con suavidad, "Inés, este arcoíris es un regalo solo para ti, cada vez que lo veas en el cielo, recuerda que las tormentas pueden ser maravillosas…". Entonces se inclinó y la besó dulcemente.
En ese preciso instante, Inés abrió los ojos, estaba en su habitación, los truenos habían cesado, y su madre cerraba con delicadeza la puerta del cuarto…





Las ilustraciones son un regalo genial de Pia, y de su tropa, para Ines en su tercer cumpleaños. ¡Gracias CarlotaGuille!, y muchas felicidades a mi dulce Inés.

AURORA


No consigo escribir. La mancha sombría me invadió hace un tiempo, y campa a sus anchas en mi cabeza. Codiciosa, me robó todos los recuerdos. Miro la pluma, tan familiar. Un nudo se me viene a la garganta. Sé que hace no mucho tiempo fluía entre mis dedos y me ofrecía inagotables placeres. Ahora se niega a dejarse acariciar. No puedo escribir nada Aurora, no sé hacerlo. Mis dedos no obedecen a mis gritos ahogados. Mis manos no responden y se mantienen muertas sobre la butaca.
Algunas noches, cuando crees que duermo en mi butaca, te oigo llorar. Abres solemne los libros que coronan nuestra estantería. Sé que los he escrito yo porque me lo cuentas orgullosa; Acaricias las páginas, y me lees fragmentos de uno y de otro con el anhelo de quien busca la palabra que encienda la chispa de mi memoria. Pero no. No reconozco esos libros Aurora.
Ayer cumplí años. Invitaste a toda aquella gente, la misma que me viene a ver cada tarde, y que me vigila desde las fotografías que hay en mi despacho. Me esperaban en casa a la vuelta de la rehabilitación; sostenían globos, y un cartel enorme. No sé qué decía, pero te emocionaste. Siempre fuiste tan sensible… También vinieron varios niños que corrieron a abrazarte en cuanto cruzamos la puerta. Te llamaban abuela. Se te veía feliz.
Me giro hacia la entrada de mi despacho, y te veo entrar. De tu mano uno de los niños que estuvo ayer en casa. Os acercáis a mi butaca. El chiquillo es guapo; Me recuerda a alguien, pero no sé a quién. Es rubio y se me acerca con descaro; Me desconcierta esa confianza y a la vez me invade una sensación de familiar calor. "Xabier, dale un beso al abuelo". Te miro atónito. El niño se pone de puntillas y me besa. Y me mira y sonríe. Tiene una sonrisa amplia y azul. Le acaricio el pelo rubio. A quien me recuerda…mi pensamiento se ve interrumpido por un "te quiero abuelo". Otra vez el nudo en la garganta. Sé que debería saber quién es. Me ha llamado abuelo, y me interrogas con la mirada. No, no sé quién es. Asiento. Torpemente. No respondo. Sigo mudo, y os vais como habéis venido. Lo siento Aurora, no sé quién es…si supieras que hay días que me sobresalto cuando me miro al espejo, si supieras que no me reconozco en el reflejo…quisiera hacer algo para aliviar esa pena que hace un tiempo te asalta y que se que tiene que ver conmigo y con la mancha, pero cada día que pasa es peor y el abismo se cierne sobre mis ojos, mi boca, y mi alma, profanando mis recuerdos.
Oigo la puerta de la calle cerrarse. El niño se ha ido. Vuelves arrastrando los pies- cansados-por el pasillo. Me miras al entrar, has vuelto a llorar, pero sonríes. Te acercas a mí, me tomas la cara entre tus manos suaves, sabias, y me preguntas: "Alfonso, ¿sabes quién soy?". Y me zambullo en tu mirada. Las palabras se amontonan en mi garganta. No puedo hablar. Te abrazo fuerte, con urgencia, y trato de que mi abrazo te transmita las palabras que han muerto en mis labios. Quisiera gritar pero las garras ávidas y feroces de la amnesia no me dejan ni siquiera recordar lo que quiero decirte. Cierro los ojos y hundo mi vieja cabeza en tu cuello, entre tu pelo. Aspiro profundo y dejo que tu olor me llene los pulmones…


Esta semana la ilustracion es de mi marido... Javier, gracias por acompañarme cada día, por estar detrás de mi para que me siente, para que escriba, para que sea mejor persona. Gracias, gracias, gracias.

CRÓNICA DE UN VIAJE (CAPITULO II)


-MUCHACHOS-
 
Primeros días...
Caminan lento, como esperando algo. Son hermosos, niños, jóvenes que han nacido ya condenados, y no hay más que decirles.
He sufrido ya todos los males y no se bien que es lo que me enferma, si el agua sin embotellar, o las historias que me cuentan los chicos. En mi casa, conmigo, a mi lado, compartiendo el arroz, viven 8 de ellos. Todos son mayores de 15 años y menores de 18...hace un calor tremendo, siempre hace calor, echo en falta las estaciones, y el fresquito por las noches, y sin embargo vivo enamorada de la hora en la que el sol se va, el caribe colombiano se tiñe de rojo a esa hora, corre una leve brisa y todo es posible...no me gusta llegar tarde a casa, tengo que estar pendiente de los muchachos, de que lleguen a la hora, y tengo órdenes estrictas de no dejar entrar drogas de ningún tipo. A partir de las 10 de la noche tengo la obligación de cerrar con llave la puerta del hogar...pero soy incapaz...no se si me empiezo a sentir medio hermana, medio madre, o medio amiga...pero dejarles dormir en la calle, eso no puedo.

-PRINCESAS-
 
Ha pasado un mes ya desde que llegué, y sigo perdida. Trato de ayudar, de hacer algo por alguien, pero los niños tienen unos problemas que no puedo ni entender. Por las tardes voy al hogar donde viven las niñas, mis princesas, y ellas me cuentan qué les ha llevado a dejar sus casas, y a vagar por ahí...las veo sentadas, tan guapas, y no se qué decirles cuando me piden que participe, que les cuente de mi, de mi vida...y yo tengo tanto y tan bueno, que callo y me sonrojo; nunca fui tan consciente de lo excepcional de lo cotidiano como en estos momentos. Ellas me consienten y no me exigen más. Cuando salgo del hogar, aún hace calor, y me dirijo al centro. El caos. Olores que se mezclan con el polvo ballenato, y con los gritos de los vendedores de agua. Quiero comprar algo que pueda regalarles a las niñas pero apenas las conozco y no tengo prácticamente dinero. Me decido por unos pequeños jabones que huelen dulzón. Compro papel muy rosado y muy brillante, y vuelvo feliz a casa, nerviosa por ser la primera vez que voy a abrirles un poco el corazón a las princesas, ellas son tiernas y yo me siento pequeña ante las barbaridades que han sufrido. Y sólo tengo plata para unos jabones.
 
-LA CALLE-
 
Hoy me toca trabajar en la calle, en una brigada. Mi labor consiste en caminar bajo un sol insolente y anotar, uno a uno, los nombres de los pelaos que veo. Me explican que hay que tratar de sacarlos, de llevárselos a un hogar y de nuevo me siento invisible, no se cómo hacerlo. Me acompaña Rubén, un educador que además vive en mi casa una semana de cada dos. No me separo de él ni un centímetro. Caminamos y vamos saludando a uno, a otro, al hermano de este y al de aquel. Me gusta reconocerlos, algunos días hay niños nuevos. Los que llevan ya tiempo en la calle son viejos, son niños ancianos. Piel oscura y dura, pies descalzos y un descaro para traficar con todo y con todos del que no me escapo ni yo.
Estando con ellos, siento como si el mundo entero se redujera a nuestras conversaciones. Me cuesta imaginar qué les puede llevar a dejar sus casas para alojarse y aliarse con esta vida perra. Su particular universo está habitado por sicarios y ajustes de cuentas. Las niñas se prostituyen, y ellos roban, pero cuando me abrazan fuerte lo hacen como niños, no han perdido del todo al niño.
Hoy se nos detuvo el tiempo, a ellos y a mi. Sé dónde pasan las noches tratando de cuidarse los unos a los otros, y de evitar que lo malo les pille en medio del sueño; las murallas son el refugio de sus sinsabores, y allá me dirigí hoy al acabar mi turno. Había pasado ya la maravillosa hora en la que el sol se va, compré de comer, y me senté junto a ellos. Me dejaron hacerlo, no se extrañaron, aceptaron mis dulces y nos dejamos mimar, ellos por mi y mis manjares, y yo por sus ocurrencias y sus historias fascinantes. La luna nos miró fija hoy, quizás sea porque -como yo- no encontró esta noche mejor sitio donde estar.

-PLAYA BLANCA-
 
El mismo calor húmedo de cada mañana se ha instalado en mi cuarto; Me levanto, preparo el café, hoy sin azúcar ni leche. La comida que tenemos asignada para el mes es escasa, y los artículos de lujo se acaban pronto. Es curioso, ni me acuerdo de ello. Comemos lo que hay. En casa aprovechamos la cáscara de las patatas y la freímos, no miramos fechas de caducidad y ponemos mucho mimo en inventar comidas a base de poco. Pero no me importa, tengo todo lo que necesito.
 
Bajo las escaleras que unen mi pequeño apartamento con el piso donde viven los chicos, han sido más madrugadores que yo y me reciben sonrientes. Me siento un rato a charlar con ellos, suena una champeta en nuestra radio, y alguno prepara limonada. Me hacen reír, me consienten, y me cuentan de sus cosas, de cómo va su adicción a la marihuana, a la engañosa vida de la calle, y a las malas compañías. No es fácil para ellos salir de todo eso. He visto muchos días como llegan de la calle vencidos, la droga  les cambia hasta el gesto. En esas noches, pasan por casa de nuestro vecino y toman prestadas algunas flores de su jardín, es su manera de mitigar la vergüenza que les da aparecer en casa derrotados por el vicio. Llegan, me obsequian con sus flores, y bregan por no mirarme a los ojos cuando me abrazan deseándome dulces sueños. No puedo pedirles más ahora. Son  lindos mis muchachos.
 
Quisiera poder congelar estos ratos bajo la sombra del palo de mango de nuestro patio.
 
En unos días vuelvo a España. Esta noche la pasaré fuera, con mis amigos. Me recogen impuntuales, alborotados, han conseguido una camioneta no se sabe dónde y juntos nos dirigimos al paraíso en la tierra: playa blanca, en la isla de Barú.
 
Curvas, baches, risas, cuentos, y la pena que antecede a la nostalgia que se que voy a sentir el resto de mi vida. Es la última vez que recorro estos caminos así, despreocupada, superviviente emocionada de mi particular aventura. Ya nada me resulta extraño, estrené amigos hace varios meses, todos costeños, leales, alegres y generosos.. No quisiera irme nunca de aquí, pero la poca conciencia que me queda de mi vida pasada me dice que esto no debe de ser para siempre. He recuperado la confianza y la alegría. Mi trabajo y los niños me han devuelto las ganas de todo, ellos, sin saberlo, me han dado con creces lo que yo venia buscando. Se me ha terminado el dinero que tenía ahorrado y debo regresar.
 
Ya hemos llegado. Es la playa más blanca, donde he pasado los mejores momentos, arena finísima y agua turquesa. Ni un rastro de civilización. Esta noche hemos traído con nosotros todas las ganas de abrazarnos, de disfrutar de una noche más todos juntos, y hablamos, y reímos, y el ron nos hace contar de más, y también de menos. Hoy duermo en una hamaca caribeña, se cierra por la parte de arriba y cuelga entre dos cocoteros, cierro los ojos acunada por el ligero movimiento, sigo escuchando las risas de algunos, y el leve crujir de las ramas y del esparto. Me duermo con la dolorosa certeza de que nunca más volveré a estar así de bien.
 
-RECUERDOS-
 
Me pides que te cuente de aquel viaje, y aunque sigue vivo en mi, no sabría explicar cómo es aquello, el olor más parecido que guarda mi memoria es el del algodón de azúcar, y me animo a contarte que en el centro, a lo largo y ancho de las calles coloniales, ese olor se mezcla con el barullo de los niños que van y vienen; niños más míos que de nadie por estar solos en el sentido más real y desnudo de la palabra; y te cuento que nada es comparable a pasar una tarde por y con Cartagena de Indias, una sola, cada esquina, cada vuelta, cada guiño, valen un mundo, más que un mundo, y que no he conocido yo dilema mayor que la bachata y el jugo de Mango en medio de la pobreza más total.
Te contaría también que tu amor es lo único que me mantiene aquí, que parte de mi alma prefirió quedarse, y que si tú me faltases me volvería sin dudarlo. Pero eso no te lo cuento.
Sólo se oye el ruido de la leña en la chimenea, está cayendo la tarde y sigue nevando en nuestro primer mundo.
 
-FIN-

CRÓNICA DE UN VIAJE (CAPÍTULO I)




-REFLEXIONES-

Un día cualquiera sale el sol, madrugador, y la ciudad se levanta. Rodeada y protegida por las murallas, evoca tiempos de oro, de terratenientes, de barcos españoles yendo y viniendo, de amores y desamores. Los niños duermen, cada uno en su particular esquina, o cajero, o canchita de fútbol, pero todos, todos, retrasan el despertar a sabiendas de que vendrá con hambre. Si no hay plata para comer, irán a pié hasta la industria de las afueras, allá donde saben que pueden mendigar un poco de pegamento del industrial. No tiene misterio la tarea, ponen un poco en una bolsa, y toman aire por la boca…maravilloso el drama, otra vez el sueño, y lo mejor, el hambre se ha esfumado, y con él la conciencia de lo bueno y de lo malo. A ratos, pocos, la vida les da una tregua, y ellos a si mismos se la dan también, dejo rodar un balón, y entonces parece que todos olvidan lo que son, poco a poco, desconfiados al principio, dejan que les guarde el pegamento y algún que otro tesoro, machetes, navajas, un par de zapatillas o nada. Juegan sin más. Nada que ver con la vida que uno planea para lo suyos. Soplos de aire fresco insuficientes para devolver el color a sus desteñidas existencias. Son niños tristes y desamparados en medio de una ciudad maravillosa.

Un viaje irremediablemente me trae una duda, el eterno dilema que supone descartar, rechazar lugares, decir que no a olores, colores, luces, matices...y luego proyectar en el destino elegido la tranquilidad de la decisión tomada...mi mente viaja ya...uno nunca imagina del todo lo que va a encontrarse, por mucha ambición que le ponga …pero la sensibilidad del viajero ya le dice que va a volver cambiado, diferente...viajar es cazar al vuelo una oportunidad que la vida nos brinda para empezar de cero. Ir a un sitio donde nadie te conoce, donde uno puede caminar reinventándose a si mismo, lo que has sido, lo que has hecho allá dónde comenzó la aventura, no cuenta; los días que dure mi viaje seré página en blanco, reescribiré una breve historia donde podré ser quien yo elija.
 
Aquella vez un capricho me llevó por casualidad a la bella y maltratada Colombia. Rincón de baile, de fruta y arroces de coco; alma virgen colmada de buenas historias. Yo me había perdido de vista, no me encontraba y un día me desperté y lo tuve claro: era el momento de subirme a un avión y regalarme la sensación de estrenar algo bonito. Durante algunos meses centré mis energías en encontrar un lugar donde poder trabajar, ahorrar algo de dinero y preparar las maletas; de esta manera medio entre precipitada e inconsciente, y recién abierto el paquete del otoñó emprendí mi viaje y cerré los ojos. Lo dejé todo atrás para entregarme en cuerpo y alma al rescate de los "niños de la calle" y de mi misma.
De Madrid a Bogotá, y de ahí directa a Cartagena. Un viaje largo que todos mis sentidos vieron recompensado con creces…

-Y LLEGUÉ-

Nada más bajar del avión, el olfato le saca un gran trecho a la vista, el olor dulce y concentrado del Caribe lo inunda todo, y tarda poco en metérsete por los huesos también, es el principio del fin de la vieja Europa. Lo que he vivido antes, lo que he visto antes y he dado por supuesto, deja de ser. Ya he llegado, y todo se vuelve lejano e interrogante.
Avanza el taxi por la Avenida Pedro de Heredia, miles de puestos hechos con chapas viejas llenan la calle, el pescado se vende a la intemperie, veo frutas desconocidas para mi, en carros tirados por burros, niños descalzos jugando con viejas ruedas de automóvil, rostros mulatos, oscuros y sonrisas francas, todo mezclado. La Avenida está saturada de taxis, busetas, y peatones en medio de un desorden total. No puedo ni abrir la boca, acabo de ver tres personas montadas en la misma moto. Me dirijo al lugar donde viviré los próximos meses y estoy fascinada por el ambiente que hay en la calle, no hay semáforos, no hay pasos de cebra, y a cambio la música suena alta y alegre. "Ya casi hemos llegado" me dice el taxista mientras toca el claxon por enésima vez en 10 minutos.

(Continuará...)

Gracias Amali por la foto, y por acompañarme siempre.

EL ESCONDITE

Es agosto. Son las 9 de la noche y el termómetro sigue marcando 35 grados de temperatura. Nuestras miradas se han encontrado y, sin haber hablado siquiera, huyo; tengo que esconderme. Mi intuición me dice que por mucho que trate de inventar, me encontrará hasta en el fin del mundo; pero tengo que intentarlo.
Creo que he encontrado un buen sitio. Me agazapo entre unos arbustos que -con apenas un metro y medio de altura- me obligan a encogerme hasta rasparme las rodillas. Me siento seguro aquí. Jugueteo con esa sensación fascinante que tienen los niños: si yo no veo a los demás, ellos tampoco podrán verme a mí. Tengo la infantil tentación de taparme los ojos. Estoy metido en un juego que no me gusta. Reviso mis rodillas para valorar los daños, pero mi respiración entrecortada apenas tiene tiempo de recomponerse cuando le veo acercarse, me ha visto. Cojo impulso y escapo.
Y corro;  corro tanto que me duelen las piernas. Noto como el sudor resbala por mi espalda. El aire apenas llega a mis pulmones. Intuyo el final. Apenas me separan 10 metros de él, pero no sé si llegaré a tiempo…Me sigue tan de cerca que casi puedo oler su aliento agitado. El ruido de sus zapatillas se mezcla en perfecta sintonía con los gritos que nos jalean. Me ha tocado, me ha rozado la espalda. Un escalofrío recorre mi espina dorsal. Dos metros más y ya está. Apuro mis fuerzas, estiro mi brazo derecho, y acaricio urgente mi libertad mientras grito “¡casa!”
El juego para mí ha terminado. Estoy a salvo.